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La misión de unos cuantos hombres
Las lápidas del jesuita italiano Matteo Ricci (en el centro), el alemán Johann Adam Schall von Bell, a la izquierda, y el belga Ferdinand Verbiest.

La misión de unos cuantos hombres

Los jesuitas que llegaron a China para predicar el Evangelio entre los siglos XVI y XIX mezclaron muy bien con los nativos y les instruyeron en matemáticas, astronomía y cartografía
ZHAO XU - 10 Ene 2018 9:59

En el campus de un instituto del distrito Xicheng en Beijing, un rosario de lápidas se erigen apretadas en 200 metros cuadrados de tierra. En este cementerio yacen los restos de 63 jesuitas europeos que se fueron como misioneros a China entre los siglos XVI y XIX. La intimidad de este camposanto evoca el periplo que llevó a estos religiosos al país asiático. Los misioneros pasaban meses solos en el mar, sin nadie a quien recurrir más que a ellos mismos o a su Dios.

Los jesuitas, pertenecientes a la Compañía de Jesús –fundada a mediados del XVI por el religioso vasco Ignacio de Loyola–, contribuyeron al desarrollo de la astronomía y la cartografía de China. Los misioneros se caracterizaban no solo por su talento para las ciencias sino por tener grandes dotes en el trato personal y en las relaciones diplomáticas, y una dedicación inquebrantable a difundir el Evangelio.

El interés del profesor de Derecho Li Xiumei por estos religiosos crece cada vez que visita este lugar sagrado: “Al menos un millar vinieron a China, sin contar los misionarios de otras órdenes religiosas. La mayoría de los enterrados aquí fueron precursores de la misión jesuita o sus miembros más activos”.

Tres jesuitas sobresalientes

Tres lápidas, separadas del resto por un muro, corresponden a una terna de destacados misioneros. La del medio, la más prominente, pertenece a Matteo Ricci, el italiano que se cree fue el primer jesuita en llegar a Beijing. A su izquierda, la de Johann Adam Schall von Bell, un alemán cuya ajetreada vida refleja los tumultos de su tiempo. A la derecha descansa Ferdinand Verbiest, el belga que se convirtió en mentor de facto de Kangxi, uno de los más grandes emperadores de China y contemporáneo del rey Sol de Francia. “Los tres religiosos compartieron leyendas, mitos y anécdotas; triunfos y amarguras. Y en último caso, el lugar donde descansan en paz”, cuenta Li.

Zhang Xiping, profesor de la Universidad de Estudios Extranjeros de Beijing, ha investigado los intercambios culturales entre China y Occidente. El docente ha publicado libros de Historia donde abunda en la misión jesuita. “Desde el principio supieron que para evangelizar tenían que ser flexibles y adaptarse a la forma de vida de los nativos. ‘Hacerse débil con el débil’, parafraseando a San Ignacio de Loyola”, dice Zhang.   

A ojos del emperador Kangxi (1654-1722), Ricci fue un ejemplo para el resto de misioneros que se quedaron en China. Tras aprender el idioma en Macao, vivió en la provincia de Guangdong –con fuerte arraigo del budismo– durante una década; después se trasladó al norte, a las ciudades de Nanchang y Nanjing, para terminar en Beijing. “Al llegar a Nanchang, donde se entendió muy bien con literatos locales, Ricci se deshizo del hábito de monje y se puso una túnica oficial”, dice Zhang. “Una metáfora de su vida y un modelo para sus seguidores”, añade.

El misionero enseñó teorías europeas en matemáticas, astronomía y geografía a intelectuales chinos. Estas enseñanzas eran tan nuevas para los nativos que la mayoría las asumía y las difundía a otros académicos, según describe la Encyclopædia Britannica.

El final de la dinastía Ming

En los últimos años del reinado del emperador Chongzhen (1611-1644), en las postrimerías de la dinastía Ming (1368-1644), los amplios conocimientos de Schall von Bell en astronomía le valieron para participar en la modificación del calendario imperial y en el desarrollo del telescopio. Pero no fue con Chongzhen con quien intimó más, sino con el emperador Shunzhi, de la dinastía Qing (1644-1911), que le nombró director del Buró Astro-Calendric.

Siete décadas más tarde, los jesuitas franceses –incluidos Pierre Jartoux y Guillaume Bonjour-Favre– se embarcaron en un viaje a lo largo del Imperio de Qing para elaborar el mapa más completo y preciso de China hasta aquel momento.

El viaje del misionero Matteo Ricci a China. CEDIDA A CHINA DAILY

La naturaleza iconoclasta de los misioneros, especialmente en áreas donde desafiaban la visión china convencional del universo, los convertía en objeto de ataque. Los altos funcionarios sentían que su influencia sobre el emperador era socavada por los recién llegados. Tanto es así que la corte de Qing condenó a muerte a Schall von Bell. Esto solo se explica tras el temprano fallecimiento del emperador Shunzhi (1638-1661), que murió con 23 años, y cuya admiración por Schall von Bell era tal que se refería a él como “mafa” o abuelo.

La sentencia a muerte no se llegó a ejecutar. Un terremoto en Beijing fue una señal de alarma para la emperatriz viuda Xiaozhuang, madre de Shunzhi, que intervino e indultó al misionero alemán. “Se cree que el incidente que condujo al fallecimiento de Schall von Bell, poco después, en 1666, tuvo que ver con la intensa lucha de poder desencadenada por la muerte de Shunzhi cinco años antes”, dice Li.

Unos años más tarde, Schall von Bell recuperó de manera póstuma su estatus en el país gracias al cambio en el clima político y la sapiencia del misionero Ferdinand Verbiest, que salió vencedor en una contienda con el erudito y astrónomo chino Yang Guangxian. El emperador Kangxi, hijo de Shunzhi, ofició el combate intelectual que retaba a Yang y al religioso belga a pronosticar la longitud de la sombra del sol a mediodía. La victoria de Verbiest desembocó en un período de 200 años en el que los misioneros occidentales controlaron el Buró Astro-Calendric del Imperio Qing.

Schall von Bell murió en casa a los 74 años poco después de ser liberado. Verbiest permaneció a su lado durante el tiempo que estuvo en prisión. Todavía lo está hoy. Sus dos lápidas solo están separadas por la de Ricci, sobre la que se retuercen dos dragones esculpidos en piedra. Es el símbolo del poder real. Justo debajo, como si estuviera protegida por los feroces animales, hay una cruz.