Nada anuncia mejor la llegada de la primavera que las flores de las acacias. Este árbol típico de Beijing, llamado yanghuai en chino, pasa desapercibido durante la mayor parte del año, pero cuando estallan sus ramilletes colgantes de color marfil, muchos se detienen ante él. Sus pétalos no solo llaman la atención por su fragancia. También son comestibles.
La gente que procede del campo y vive en la ciudad arranca estas flores, las empana con harina de maíz o de trigo y luego las cuece al vapor. Ofrecen un sabor dulce, con un toque de néctar, y se comen igual que el arroz. Un capricho de temporada.
Tu Wencui, empleada como niñera en la capital china, custodia el árbol de acacias blancas que hay en la casa donde trabaja como si fuera un dragón. En cuando aparecen los primeros capullos, saca las tijeras y se los lleva. Es una de esas personas que disfrutan cocinando estas flores, seguramente una delicia para las gentes de la China rural cuando los tiempos eran difíciles en el pasado.
Para algunos, la costumbre de arrancar estas flores en la ciudad tiene algo de nostálgico y ritual. Otros habitantes de la ciudad prefieren simplemente contemplarlas. Sufren cuando ven cómo sus vecinos arrancan las ramas de los árboles y las arrastran por la calle. No obstante, saben que al año siguiente volverán a estar como nuevos.
En Beijing conviven dos tipos de acacias. Las importadas pueden verse por todas partes. Las nativas, conocidas como árbol sabio o guohuai, son inmensamente populares como decoración y se utilizan para componer el paisajismo de muchos jardines tradicionales, como el Parque Jingshan y el Palacio del Príncipe Gong, detrás de la Ciudad Prohibida.
Crecen hasta alcanzar gran altura y en verano cuelgan de sus ramas grandes vainas verdes. Quienes hoy son adultos y se han criado en los hutong –callejones del casco antiguo– recuerdan haberlas comprado de niños como una chuchería. No tenían mucho sabor, cuentan, pero eran baratas y comerlas resultaba muy entretenido. También estos pequeños detalles forman parte de la memoria del viejo Beijing, que poco a poco se desvanece.
En esta época es costumbre transformar estos árboles sabios en bonsáis y plantarlos a los lados de la carretera. A este tipo de acacia, que mide lo mismo que una persona y tiene las ramas recortadas para que se parezcan a las uñas de un animal, se la llama longzhuahuai. O lo que es lo mismo: acacia blanca con garras de dragón.
Mientras se embellecen las calles, en las cocinas de muchos hogares de Beijing hay en estos momentos un cuenco con flores a remojo. Tras reposar en agua salada y ser limpiadas, algunas de ellas acabarán mezcladas con harina y cocidas al vapor para ser degustadas como un acompañamiento todoterreno. Otras se aderezarán con miel de acacia y acabarán convertidas en relleno de panecillos y dumplings.