La resistencia china frente a los ataques japoneses durante la Segunda Guerra Mundial fue clave para que las fuerzas aliadas, lideradas por Estados Unidos, la Unión Soviética y Reino Unido, pudieran ganar la contienda. Sin embargo, 80 años después del armisticio, Occidente continúa sin acabar de entender qué papel jugó China en el conflicto, afirma el historiador británico Rana Mitter, autor del libro La aliada olvidada: la Segunda Guerra Mundial de China, 1937-1945.
El país fue el principal escenario de Oriente donde se desarrolló la guerra mundial contra el fascismo. El 7 de julio de 1937, el ataque por parte de soldados japoneses a fuerzas chinas en el puente Lugou marcó el principio de la invasión a gran escala de Japón a China, así como el inicio de la resistencia nacional frente a las agresiones.
No obstante, hay que remontarse al Incidente del 18 de septiembre de 1931, seis años antes, para situarse en el comienzo de las hostilidades. Aquel día, tropas japonesas que se encontraban en el noreste de China volaron un tramo de la vía férrea situada cerca de Liutiaohu, en Shenyang, provincia de Liaoning. Tras acusar falsamente de ello al Ejército chino, utilizaron ese pretexto para bombardear la ciudad.
Según Mitter, “el período que transcurre entre 1937 y 1939 es uno de los más importantes para la resistencia china en tiempos de guerra”. De hecho, reitera que 1938 supuso un punto de inflexión clave: “China podría haberse rendido ante Japón y llegado a algún tipo de acuerdo, pero la guerra habría tomado un rumbo totalmente distinto”.
Si China se hubiera doblegado, habría sido tratada como una colonia por Japón, que habría tenido vía libre para atacar sin distracciones la Unión Soviética, el Sudeste Asiático o incluso la India británica, afirma Mitter.
“La guerra en China tuvo consecuencias en todo el mundo, pero creo que es algo que todavía no se conoce tan bien como se debería”, señala el historiador.
Pese a que cada vez hay más conciencia sobre el peso que tuvieron las experiencias bélicas en el país asiático, se sigue considerando que la Segunda Guerra Mundial fue una guerra centrada en Europa, traslada Mitter, que comenzó a idear su libro a principios de la década de 2000 y lo publicó en 2013.
“Todavía se considera que la Segunda guerra Mundial empezó en Europa, con la invasión nazi de Polonia en 1939. Eso significa que, para muchas personas, lo que sucedió en China entre 1937 y 1939 no cuenta realmente como parte del conflicto principal”, indica Mitter.
“Muchas personas ni siquiera saben que China jugó un papel en esta guerra y quienes sí lo saben le quitan a menudo importancia porque consideran que fue un escenario secundario”, señala en el prólogo del libro. “No se le presta la misma atención que a las principales potencias”, reflexiona.
Además de abordar el tema de la resistencia nacional, el libro habla sobre cómo las instituciones, la cultura social o el estilo de vida de China, entre otros muchos aspectos clave, se vieron afectados por la prolongada duración de la guerra, un proceso que Mitter tardó diez años en reconstruir y que podría contribuir a entender el presente del país.
“Al menos en lo que se refiere a conflictos internacionales, Asia ha sido bastante pacífica durante más de cuatro décadas”, prosigue el autor, para quien esto no es un hecho casual. “En parte gracias al azar y en parte debido a la planificación, los principales actores de la región han conseguido llegar a acuerdos, compromisos y pactos entre ellos, lo que ha evitado guerras abiertas”, señala.
“Mantener esa paz es sumamente importante. Lo es para el comercio, para que crezca la economía mundial o para abordar el cambio climático”, recalca Mitter. “Pero, sobre todo, es importante porque hemos aprendido que la guerra se cobra muchas vidas, daña el tejido social y destruye la capacidad de las personas para llevar existencias pacíficas y prósperas”.