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La hora del emperador
Los relojes contribuyeron a reestablecer los lazos entre China y Europa tras el declive de la Ruta de la Seda, en el siglo XIV. En la imagen, la exposición.

La hora del emperador

Una muestra del Museo del Palacio de Beijing reúne 60 relojes antiguos elaborados para la corte de la dinastía Qing. Existen pocas colecciones en el mundo tan delicadas y extravagantes
WANG KAIHAO - 29 Abr 2022 6:51

El Museo del Palacio de Beijing, también conocido como la Ciudad Prohibida, fue desde 1420 a 1911 el corazón de la China imperial. Allí se conserva un sinfín de artilugios que dan cuenta de cómo era la artesanía tradicional del país, pero también una colección de cerca de 1.500 relojes únicos.

La mayoría de estos aparatos, que presentan diversos tamaños y ornamentación sorprendente, se fabricaron en Europa entre los siglos XVIII y XIX. No obstante, ni siquiera en los países de los que proceden resulta fácil encontrar tantas muestras de extravagancia relojera en un mismo lugar, ya que quienes los compraron, los emperadores de la dinastía Qing (1644-1911), eran inmensamente ricos. 

A los antiguos mandatarios chinos les gustaban tanto estos objetos que incluso llevaron algunos de ellos a su Residencia de Montaña de Chengde, en la provincia de Hebei, donde a menudo pasaban los veranos. El complejo, situado a más de 200 kilómetros al noreste de la Ciudad Prohibida, funcionaba en aquella época como otra sede del Gobierno. 

Ahora, una exposición reúne 60 relojes antiguos procedentes de los dos enclaves, ambos Patrimonio de la Unesco, de los que 40 pertenecen al Museo del Palacio y 20 a Chengde. Allí se pueden admirar sus avanzados mecanismos y obtener una visión más amplia de la época imperial. La muestra Sonidos de una era floreciente: los relojes de las colecciones de la Ciudad Prohibida y la Residencia de Montaña de Chengde se inauguró en la galería oriental del Palacio de la Pureza Celestial (Qianqing Gong) del Museo del Palacio a finales de enero y permanecerá abierta hasta el 8 de mayo. A partir de esa fecha, se trasladará a Chengde. 

“Los relojes constituyen una categoría única y de gran valor dentro de la gran colección real de la dinastía Qing y son relevantes a escala mundial”, afirma Guo Fuxiang, investigador del departamento de costumbres palaciegas y rituales imperiales del Museo del Palacio. “Además de apreciar su finura, el público podrá embarcarse en un viaje a través del tiempo y de la grandeza artística”.

Al ponerse en marcha, algunos de estos artilugios se convierten en pequeños escenarios, donde los adornos cobran vida y ofrecen delicados espectáculos en miniatura. Las flores giran, los pájaros cantan y las cascadas se precipitan en una danza mágica. No obstante, quien visite la exposición encontrará estos mecanismos desactivados, una medida que se ha tomado para evitar que se desgasten. 

Mejor, de dos en dos

Los emperadores Qing no concebían solo los relojes como objetos capaces de dar la hora, sino que los admiraban como obras de arte. “Solo se fabricaban por encargo”, aclara Guo, también comisario de la muestra. “Con el fin de satisfacer el gusto de los mandatarios, los artesanos europeos no escatimaban esfuerzos para conseguir diseños extravagantes, que difícilmente se pueden ver en otros lugares”. 

Reino Unido, que contaba con el relojero James Cox, muy presente en la muestra, desempeñó un papel destacado en la corte china, al igual que Suiza y Francia, también dos fuentes importantes de relojes importados. La exposición alberga además diez parejas de artilugios idénticos. Los emperadores encargaban los relojes de dos en dos, algo que desconcertaba a los europeos. Ignoraban que, en la cultura tradicional china, las cosas buenas siempre llegan por duplicado.