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Viajeros legendarios en la Ciudad Prohibida
En 1601, Matteo Ricci se convirtió en el primer occidental que conseguía llegar a la corte imperial.

Viajeros legendarios en la Ciudad Prohibida

En 1601, Matteo Ricci fue el primer europeo que logró entrar en la corte de un emperador chino. Él y los que le siguieron convirtieron el palacio en un puente entre Oriente y Occidente
WANG QIAN - 30 Oct 2020 12:48

Muchos académicos e historiadores no solo contemplan la Ciudad Prohibida como el palacio imperial que tuvo China desde 1420 a 1911, sino como un puente entre Oriente y Occidente.

Cuando el Viejo Continente se asomó por primera vez a la China antigua gracias a los cuadernos de viaje de Marco Polo, en el siglo XIII, el país apenas había tenido contacto con el mundo exterior. Hubo que esperar hasta 1601 para que el jesuita italiano Matteo Ricci se convirtiera en el primer occidental que se abría paso en la corte imperial.

“La Ciudad Prohibida funcionó como un canal de comunicación entre China y el resto del mundo. Misioneros como Ricci trajeron nuevos conocimientos en astronomía, matemáticas, medicina, geografía o arte”, señala Zhu Yong, director del Instituto de Comunicación Cultural del Museo del Palacio de Beijing.

Según indica el especialista, los escritos y las cartas de estos viajeros fueron los primeros informes de primera mano que Europa recibió sobre el país asiático. Lo describían como una civilización avanzada que había evolucionado de espaldas a la historia bíblica de Dios y los hombres. Para Zhou, que China se aproxime a su propio patrimonio desde una mirada occidental resulta sin duda enriquecedor para comprenderlo mejor. 

Ante un mundo nuevo

Ricci, al que se considera fundador de los estudios chinos en Occidente, siempre quiso acceder a la corte del emperador en Beijing. Sin embargo, no cumplió su sueño hasta llevar 20 años en el país y haberse adaptado por completo al idioma y las tradiciones. “Voy descubriendo cosas poco a poco”, escribiría en una de sus cartas.

El año pasado, Zhu publicó Largo viaje a China, un libro donde narra las aventuras del misionero. Según afirma, el italiano llegó a Beijing en enero de 1601, en tiempos del emperador Wanli (1563-1620) de la dinastía Ming (1368-1644).

El libro Largo viaje a China, de Zhu Yong, describe los viajes del jesuita italiano Matteo Ricci. CEDIDA A CHINA DAILY

Cuando por fin consiguió entrar a la Ciudad Prohibida, quedó fascinado: “En los grandes jardines del palacio podrían caber unas 30.000 personas, y los elefantes del emperador, los 3.000 guardias reales, las enormes murallas… todo aumentaba la sensación de majestad y poder”, escribió el jesuita, según recoge el historiador estadounidense Jonathan Spence en El Palacio de la Memoria de Matteo Ricci.

Ricci necesitó ocho caballos de carga y más de 30 porteadores para llevar sus obsequios a Beijing, entre los que figuraban tres cuadros, un gran reloj con un sistema de pesas, otro de mesa que se accionaba por medio de un resorte y un clavicordio. Con estos regalos, las potencias europeas querían demostrar su riqueza y sus habilidades al emperador, pero el intento falló.

Aunque los dos relojes de péndulo causaron revuelo en la corte, el emperador consideró que se trataba de “trucos diabólicos y brujería” que no promoverían el desarrollo social, asegura Zhu. Ricci nunca tuvo la oportunidad de conocer a Wanli, pero este se interesó por los artilugios y le permitió vivir en Beijing para mantenerlos. De hecho, el Museo del Palacio conserva hoy más de 1.500 relojes occidentales de los siglos XVII al XIX y se considera que se encuentran entre los mejores del mundo de su tipología.

Intercambio de saberes

Numerosos extranjeros siguieron los pasos de Ricci después de su muerte en Beijing en 1610, a los 57 años. Algunos obtuvieron altos cargos en la corte imperial, como el alemán Johann Adam Schall von Bell y el belga Ferdinand Verbiest, ambos grandes transmisores de saberes entre civilizaciones.

El primero, matemático y astrónomo, revisó el calendario chino para poder predecir los eclipses con mayor precisión y se convirtió en burócrata de la corte del emperador Qing Shunzhi (1638-61). El segundo se hizo muy famoso tras enseñar ciencias al emperador Kangxi (1654-1722).

Pese a este intercambio cultural, Zhu lamenta que China no aprovechara más la oportunidad de aprender de Occidente. Según afirma, la civilización asiática estaba en su apogeo en aquel momento y aquello hizo que disminuyera su motivación para absorber conocimientos del resto del mundo. Algo parecido piensa el historiador Yan Chongnian. Según afirma en un artículo del periódico de Guangzhou Southern Weekly, el emperador no se dio cuenta de que era importante para China conocer la ciencia occidental, lo que al final supuso una desventaja. 

Dos miradas sobre el arte

Aunque su influencia en el desarrollo científico fue limitada, algunos de estos sacerdotes de la corte imperial introdujeron también técnicas occidentales en la pintura china. El jesuita italiano Giuseppe Castiglione y el misionero francés Jean-Denis Attiret, ambos artistas, fueron los pintores más importantes desde el período de Kangxi hasta el de Qianlong (1711-99).

“China tiene una gran tradición de pintura paisajística, pero se ha centrado sobre todo en representar la naturaleza y ha descuidado la representación de edificios, para lo que se necesitan técnicas occidentales”, escribió por entonces el funcionario Nian Xiyao haciendo alusión a las obras de Castiglione.

El italiano pintó muchos murales en la Ciudad Prohibida utilizando las técnicas que se empleaban en las catedrales y en los teatros europeos. Lamentablemente, muchos de ellos se perdieron tras los saqueos de las tropas británicas y francesas al palacio, en 1860. Las obras que sobrevivieron, unas decenas, pueden verse hoy en el Museo del Palacio de Beijing y en el de Taipei.

“Desde que vivo en China, mis ojos y mi gusto se han vuelto un poquito de aquí”, afirmó el francés Attiret en una larga carta que fue traducida al inglés, se publicó en 1752 y tuvo una gran influencia en Europa. Las misivas que se conservan, así como los escritos, pinturas y libros, son un valioso tesoro que los historiadores continúan estudiando para asomarse a la Ciudad Prohibida de hace cientos de años.