Gerel tiene 86 años y puede presumir de haber plantado un bosque con sus propias manos. Nació en una pequeña aldea del distrito de Horqin, en la Región Autónoma de Mongolia Interior, pero con el tiempo se mudó a una zona urbana de Tongliao, donde trabajó como subdirectora de la sucursal del Banco Popular de China de la ciudad.
Tras jubilarse, en 1998, volvió a su pueblo natal y comprobó con tristeza que el paisaje había cambiado. Ya no había zonas verdes, caballos ni ganado, como cuando era pequeña. Solo violentas tormentas de arena que amenazaban con enterrar casas y granjas. Decidió entonces actuar y se comprometió con el pueblo a llenar de árboles 17 hectáreas de tierra yerma sin cobrar nada a cambio. Cuando hubiesen pasado 20 años, devolvería la parcela al Ayuntamiento.
Un vergel en dos décadas
Aunque los hijos y la madre de Gerel se opusieron a su proyecto de convertir el pueblo en un oasis verde, su marido, Undes, entonces de 72 años, se embarcó con ella para sacarlo adelante. Juntos lograron plantar 10.000 árboles el primer año, aunque la mayoría no sobrevivieron debido a las duras condiciones ambientales. Impresionados por la determinación de la pareja, los habitantes del pueblo les ayudaron a construir una casa para no tener que estar yendo y viniendo de la ciudad. Por el camino, Gerel se lesionó la muñeca y dejó de cargar peso, por lo que su hijo, Uul, comenzó también a arrimar el hombro. En 2011 falleció Undes, pero la anciana siguió con su misión.
Después de invertir 37.800 euros, Gerel ha logrado por fin crear un vergel de 200.000 chopos, olmos y frutales que funciona como barrera frente al viento. “Soy terca y no me rindo fácilmente”, afirma esta anciana, que ha conseguido reconstruir el paisaje verde de su infancia. Tras donar el bosque al pueblo, es una inspiración para sus paisanos.