A finales de enero se avistó un grupo de delfines blancos chinos saltando cerca de la de la isla Huoshaoyu, situada frente a la costa de Xiamen, provincia de Fujian. Este tipo de cetáceo, también conocido como delfín jorobado del Indo-Pacífico, habita en las aguas poco profundas del litoral que discurre desde el sudeste de China hasta el este de la India.
Se le llama “chino” porque ya en el siglo XVII se veían ejemplares surcando los mares del país. Hoy, la especie goza de la máxima protección por parte del Estado y su presencia se interpreta como un indicador de la buena salud del agua, ya que es muy sensible a su calidad.
“Durante los meses fríos, de diciembre a febrero, suelen buscar bahías interiores y puertos sin mucho viento y olas para pasar el invierno”, explica Xu Jing, funcionaria de la Reserva Natural de Delfines Blancos Chinos de Xiamen. Según ha observado, en los últimos años cada vez resulta más frecuente verlos en las aguas de la costa oeste de China, relativamente tranquilas.
Gracias a años de esfuerzos dedicados a conservar la especie y apoyar a las comunidades locales, Xiamen es en la actualidad una de las pocas ciudades del país desde la que se pueden avistar delfines blancos chinos en un entorno urbano. La urbe ha sido testigo del aumento de su población.
La ayuda humana, todo un desafío
Xin Jianjun, antiguo responsable de la Administración de Pesca de Xiamen, cuenta que este tipo de delfines se encuentra en la cúspide de la pirámide alimentaria. “Los continuos avistamientos cerca de la ciudad significan que tanto nuestro ecosistema marino como la cadena alimentaria que habita en él están en buen estado y garantizan su supervivencia”, señala.
Xu, la trabajadora de la reserva natural, subraya que el delfín blanco chino es muy vulnerable, algo que se debe en parte a sus exigentes hábitos de vida. De hecho, recibe el apodo de “panda gigante del mar” porque criarlo y alimentarlo supone incluso un reto mayor que hacerlo con estos osos.
“Cuando nace un panda, es posible capturarlo y cuidarlo de manera artificial, algo que no funciona con una cría de delfín. Su piel no tolera que se la saque del agua y, si lo haces, cuando vuelves a dejarla en el mar ya no puede respirar”, relata.
Como mamíferos marinos, los delfines recién nacidos no pueden comer peces ni respirar en la superficie. Dependen de sus madres durante sus primeros tres años de vida para que los amamanten, los acompañen a la superficie para tomar aire y les enseñen a nadar, informa Liu Wei, subdirector de la reserva de Xiamen. Más del 50% de las crías nacidas en libertad muere.
Un centro especializado
Con el objetivo de entender mejor cómo se reproduce esta rara especie y protegerla, Xiamen destinó en 2002 más de 58 millones de yuanes (7,5 millones de euros) a la construcción de un centro específico de rescate y cría del delfín blanco chino.
Se encuentra en Huoshaoyu, la isla deshabitada más grande de la ciudad, y se puso en marcha de manera oficial en 2011. Consta de un módulo de rescate, otro de cría y un museo científico dedicado a la especie.
Según afirma Liu, alimentar a los delfines de forma artificial mientras se respeta su forma de cría natural puede aumentar la población de estos animales. “Desde principios de la década de 1990 hasta 2020, han pasado de ser 60 a 80 ejemplares”, constata Xu. Además, la estructura de la población por edades también ha mejorado y la mitad de ella está compuesta ahora por jóvenes adultos, recalca.
Con información de Li Hongyang