El devastador terremoto que azotó Wenchuan en 2008 se cobró la vida de 87.000 personas, pero tuvo repercusiones más allá de la esfera humana. En este condado de la provincia de Sichuan, la catástrofe provocó muchos otros daños, como los causados en la base de reproducción del Centro de Conservación e Investigación del Panda Gigante de China.
Mu Shijie trabajaba entonces como limpiador a tiempo parcial en el centro. Empujado por su amor a este tesoro nacional, se ofreció como voluntario tras el terremoto para ayudar a reconstruir las infraestructuras y devolverles su antiguo esplendor. Un mes más tarde, fue contratado como cuidador.
En la actualidad, 16 años después de aquello, Mu es un experimentado entrenador que ayuda a los pandas gigantes a reinsertarse en el entorno natural. “Lo que hacemos es preparar a los osos para la vida salvaje antes de soltarlos en la naturaleza. El objetivo es que aumente el número de ejemplares en libertad”, explica.
Reducir el contacto con humanos
Durante la primera etapa del entrenamiento para la vida salvaje, los cuidadores trasladan a las madres panda a un recinto especial. Tiene miles de metros cuadrados, imita a la naturaleza y está construido en la montaña. Para que todo sea lo más parecido posible al entorno natural, evitan a toda costa que las crías vean a humanos. Por eso, cuando van a dar de comer a las madres, se disfrazan de osos e impregnan sus trajes con olor a orina de panda.
“Debemos asegurarnos de que los cachorros no nos vean y no tengan contacto con ningún alimento artificial”, relata Mu. “La dieta de los pandas gigantes se basa sobre todo en el bambú. Alimentar bien a las madres garantiza que puedan producir leche para sus crías, que solo maman antes de iniciarse en el bambú. De esta manera, se espera[1] que los cachorros sean lo más independientes posible de los humanos y que, en vez de buscarlos, los eviten”.
Cuando tienen aproximadamente un año, son trasladados junto a sus madres a recintos más amplios, que cuentan también con entornos naturales más complejos. Allí aprenden poco a poco a alimentarse de bambú de forma autónoma. Finalmente, cuando las crías se acercan a la edad adulta y han adquirido habilidades para sobrevivir en la naturaleza, son liberadas en su hábitat natural.
Una labor dura pero satisfactoria
“Nuestro trabajo es más complicado que el de las personas que cuidan pandas en cautividad, ya que debemos generar la suficiente confianza con las madres como para colocarles collares GPS o recoger y devolverles a sus cachorros”, cuenta Mu.
Todavía recuerda la partida del primer panda gigante que liberó con éxito en la naturaleza. Se llamaba Tao Tao. Nació en el centro y partió a los 26 meses y siete días. “Verlo salir del recinto y adentrarse en el bosque de bambú me provocó una mezcla de emociones”, rememora. “Fue muy triste”.
Gracias al esfuerzo realizado por China para conservar los bosques, proteger la vida salvaje y crear el Parque Nacional del Panda Gigante, que se extiende por las provincias de Sichuan, Shaanxi y Gansu, se ha logrado avanzar en la protección de estos animales y sus hábitats. Si en la década de 1980 había 1.100 ejemplares salvajes, en la actualidad han ascendido a casi 1.900.
Según los especialistas, la técnica de introducir pandas criados en cautividad en la naturaleza tras haberlos entrenado ayuda a mejorar su diversidad genética y a reducir el riesgo de que se extingan si están dentro de grupos pequeños. Esta práctica contribuye a que la especie se recupere y vaya creciendo.