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Armas verdes para derrotar al desierto
Unos trabajadores plantan árboles en el desierto Horqin, en la Región Autónoma de Mongolia Interior.

Armas verdes para derrotar al desierto

Desde hace casi medio siglo, China lucha contra el avance de las dunas plantando árboles en sus márgenes. Su Gran Muralla verde protege hoy más de 150 millones de hectáreas
14 Jun 2024 13:29

Cuando se habla de desiertos, casi nadie piensa en China. Aun así, alberga más variedades de ellos que cualquier otro lugar del planeta. Casi el 18% de su superficie terrestre, 1,69 millones de kilómetros cuadrados, se considera desertificada, a lo que contribuyen en buena parte territorios pedregosos y páramos yermos de guijarros y rocas, como el desierto de Gobi.

Taklamakán, Gurbantünggüt, Badain Jaran, Tengger, el Kumtag, la cuenca de Qaidam, Kubuqi, Ulan Buh, Mu Us, Hunshandake, Horqin y Hulunbuir son los doce principales desiertos del país.

Estos eriales cubren grandes extensiones al noroeste, norte y noreste de su territorio. La amenaza de que avancen existe desde hace siglos. Sin embargo, con trabajo y dedicación, varias generaciones de chinos han convertido la lucha contra la expansión de las dunas en su razón de ser. Pensando de forma diferente, han plantado árboles y arbustos a lo largo de 13 provincias y regiones autónomas de la zona septentrional y creado una Gran Muralla verde que protege más de 150 millones de hectáreas de tierras agrícolas. 

Decisiones basadas en la investigación

En la década de 1950, se consideraba que China era uno de los países más desertificados del mundo. Lugares como el condado de Zhangwu, en la provincia norteña de Liaoning, estaban cubiertos en un 90% por tierras arenosas. 

En 1978, el Gobierno central tomó la importante decisión de implementar el Programa de la Franja Forestal Protectora de los Tres Nortes, destinado a luchar contra la desertificación en 13 provincias y regiones autónomas del norte del país. Desde entonces, en 45 años se logrado mantener bajo control más del 45% de la tierra desertificada, se ha gestionado la erosión del suelo en un 61% de esta área y se ha conseguido que la tasa de cobertura forestal pase de poco más de un 5% a un 13,84%.

Una mujer riega los árboles que se han plantado en los límites del desierto Horqin a la altura de Tongliao, Región Autónoma de Mongolia Interior. LIAN ZHEN / XINHUA

El 6 de junio del año pasado, el presidente chino, Xi Jinping, se reunió con un grupo de funcionarios en Bayannuur, Región Autónoma de Mongolia Interior. Allí subrayó que el período 2021-2030, que constituye la sexta fase del Programa de los Tres Nortes, era clave para consolidar los logros conseguidos en la lucha contra la desertificación y seguir ampliándolos.

Además de guiarse por los resultados que arrojan los estudios, cada proyecto para frenar la desertificación se diseña ahora en función de las condiciones concretas de la zona y de los recursos con los que cuenta, detalla Lu Qi, director del Instituto de Investigación del Programa de los Tres Nortes. “Se ha llegado a la conclusión de que el objetivo de controlar estos terrenos es garantizar que las personas puedan vivir y desarrollarse sin verse amenazadas por el desierto, que también debe protegerse porque forma una parte indispensable del ecosistema”, cuenta.

Dang Hongzhong, investigador en el mismo instituto y en la Academia de Silvicultura de China, asegura que la clave del éxito que está teniendo el país a la hora de controlar las dunas y los terrenos yermos “se debe a la planificación y a la toma de decisiones científicas”.

Un proceso de prueba y error

Según explica, las innovadores acciones que se llevaron a cabo en el condado de Zhangwu en la década de 1950 supusieron un gran paso. Allí se creó en 1952 el primer instituto de investigación de China destinado a controlar la arena. Para lograrlo, su director, Liu Bin, decidió junto con otros pioneros introducir en la zona el pino silvestre de Mongolia, procedente de las montañas del Gran Hinggan.

“Según la mentalidad tradicional, lo que debía usarse para frenar el avance del desierto eran arbustos o pastos. Plantar árboles en dunas móviles iba contra de las leyes de la naturaleza”, cuenta Dang. “Sin embargo, los expertos no tuvieron miedo de romper las reglas. Optaron por tomar un camino que nadie esperaba y obtuvieron resultados audaces”, prosigue.  

Pese a que habían dado con una especie de árbol resistente a la sequía, plantarlo en territorios arenosos en constante transformación supuso todo un desafío. “Zhangwu estaba a ocho latitudes de distancia del hábitat original del pino silvestre de Mongolia, lo que dificultaba su arraigo”, relata Zhang Xueli, subdirector del Instituto de Investigación para Controlar y Utilizar la Arena de la provincia de Liaoning.

Vista aérea de un área repoblada del desierto Horquin, en Tongliao. LIAN ZHEN / XINHUA

Liu y sus compañeros importaron este tipo de pinos de Mongolia durante tres años, pero en los primeros doce meses, casi todos murieron. “Al tiempo descubrieron que, en su hábitat original, estos árboles quedaban cubiertos en invierno por una espesa capa de nieve, lo que les permitía aislarse y retener la humedad”, continúa Zhang. “Sin embargo, en Zhangwu hay fuertes vientos y es muy seco en invierno y en primavera”.

Los investigadores repararon en que solo dos árboles jóvenes que habían sido enterrados por la arena de forma accidental en este contexto adverso habían sobrevivido. Aquello les dio la idea de cubrir el siguiente lote de pinos que plantaron con arena y tierra. Gracias a esa técnica, consiguieron que sobrevivieran al invierno. Hoy constituyen el bosque más antiguo que existe en el desierto.

En los últimos 70 años, la tasa de cobertura forestal en Zhangwu ha pasado de suponer menos del 3% a rebasar el 30%. En paralelo, más de 8.500 técnicos forestales han compartido sus conocimientos en más de 10 provincias, lo que ha conducido a que se estén plantando bosques en más de un millón de hectáreas.

Además del pino silvestre de Mongolia, en décadas de investigación se han identificado otras casi 500 especies de plantas que pueden utilizarse como cortavientos y destinarse a detener el avance de la arena.