Pese a no hablar apenas mandarín, Nizamdin Arxidin ha recorrido China de arriba abajo vendiendo pan naan, un alimento básico para la población de la Región Autónoma Uygur de Xinjiang. Sin embargo, este hombre de 68 años tuvo que interrumpir sus viajes y su forma de ganarse la vida hace cerca de seis años, cuando comenzó a perder visión por culpa de unas cataratas.
Aunque se había operado con éxito del ojo izquierdo, la catarata del ojo derecho era tan grave que ninguno de los médicos de su ciudad natal, Korla, situada en la prefectura autónoma de la etnia mongola de Bayingolin, en Xinjiang, había podido ponerle remedio.
En junio, sin embargo, le anunciaron que sería atendido de forma gratuita por personal especializado en un tren-hospital. “Me parecía increíble que me operaran allí sin tener que pagar nada”, recuerda. “Ahora que puedo ver bien de nuevo con los dos ojos, tengo claro que volveré a hacer naan cuando me haya recuperado del todo”, asegura.
Este tren-hospital, que forma parte de la flota de Lifeline Express, llegó a Korla a principios de mayo. A finales de julio ya había cumplido su misión: operar a más de 1.000 personas de cataratas. En la actualidad, el convoy continúa ofreciendo sus servicios en Shaoguan, provincia de Guangdong, su última parada del año.
Esta flota fue lanzada en 1997 por residentes de Hong Kong para conmemorar que la ciudad retornaba al país. Gracias al proyecto, más de 230.000 personas con cataratas procedentes de zonas rurales con servicios sanitarios limitados han podido recuperar por completo la vista.
Una intervención breve y aconsejable
Las cataratas generan una densa nube blanca en el cristalino del ojo y vuelven la visión borrosa. Si no se tratan, impiden que entre la luz y provocan ceguera. Se trata de una afección relacionada con la edad, la diabetes, las fuertes radiaciones ultravioletas y lesiones en la capa externa del ojo.
“Una operación normal de cataratas dura cerca de 10 minutos y es muy recomendable”, afirma Wang Yuezhen, director del tren que hizo escala en Korla. “Sin embargo, las cataratas se endurecen con el transcurso del tiempo, lo que hace que eliminarlas resulte más difícil. En las zonas rurales de Xinjiang no es raro encontrar ancianos que las tienen extremadamente rígidas”, señala. Según indica Wang, el 80% de las personas atendidas en la zona tenía 60 años o más, y la mayor de ellas, 92.
Feng Jing forma parte del equipo de cinco médicos y enfermeras del tren que procede del Hospital Chaoyang de Beijing, asociado ala Universidad Médica de la Capital. Cuenta que, en la ciudad, las cataratas de la mayoría de los pacientes son tan frágiles como una cáscara de huevo. Sin embargo, en Xinjiang se vuelven duras como una piedra debido a la intensidad de la luz solar y a que, muchas veces, tardan en tratarse.
“Otro de los desafíos del equipo médico es hacer frente a la alta incidencia del síndrome de pseudoexfoliación, que hace que las zónulas (las fibras filiformes que hacen que la lente se mantenga en su sitio) sean especialmente frágiles e inestables”, relata Feng. Según afirma, el moderno equipamiento con el que cuenta el tren, unido a la profunda experiencia de los médicos, ha ayudado a superar estas dificultades.
Segundas oportunidades
“En Xinjiang suele haber fuertes vientos que arrastran arena. Eso aumenta las posibilidades de que las heridas se infecten, algo que nos preocupa mucho”, explica. “Para minimizar ese riesgo, hemos utilizado la más avanzada tecnología quirúrgica, que permite hacer incisiones de tan solo 2,8 milímetros de longitud. Se trata de una intervención tan pequeña que ni siquiera hace falta coserla y los pacientes pueden ser dados de alta al día siguiente”, cuenta. “El postoperatorio es relativamente cómodo”.
Para Feng, una de las operaciones más memorables fue la que le hicieron a un paciente del grupo étnico uygur que tenía alrededor de 30 años. “Tuvo una lesión traumática en el ojo izquierdo hace unos 15 años y, para ser sinceros, no estábamos seguros de que la cirugía fuera a tener éxito. Pese a que se lo advertimos en varias ocasiones, nos dijo que era su última oportunidad para recuperar la vista y decidió arriesgarse”, recuerda.
Al final, la operación fue un éxito absoluto. “El hombre nos contó que estaba planeando sacarse el carné de conducir y pensando cómo ganar más dinero para poder criar bien a sus hijos”, explica. “Creo que este proyecto va más allá de ayudar a los ciegos a recuperar la vista”, reflexiona. “No solo cambia la vida de los que se operan, sino también el destino de toda su familia”.