He Kaixin y su abuelo tienen ideas muy distintas sobre qué significa hacer un viaje largo. “Para mí, supone salir al extranjero. Para él, llegar desde su casa hasta la de mi padre, que están en dos localidades distintas dentro la misma provincia”, explica la nieta, que hoy tiene 36 años.
El abuelo de He vivía en Dehua, un pueblo en la ciudad de Quanzhou, mientras que ella y su familia residían en Fuzhou, la capital de la provincia de Fujian. Ahora se tarda menos de tres horas en cubrir el trayecto por carretera, pero antes había que invertir entre ocho y diez. Pese a que tenía una relación cercana con su abuelo, que falleció en 2003, él tan solo los visitó cinco veces en los últimos veinte años que estuvo con vida. “Se mostraba reacio porque entonces era muy incómodo hacer ese viaje”, señala He.
Ella misma recuerda que, para ir a verlo y hacer el trayecto inverso, había que coger un autobús abarrotado. El viaje era largo y desagradable. “Sentías que no se acababa nunca”, rememora He. “Subían muchos pasajeros inesperados, como gallinas y patos vivos, y teníamos que llevar comida para abastecernos. El vehículo iba siempre lleno y era muy caótico. Tampoco había baño y mi madre me gritaba si le pedía permiso para ir al servicio demasiado a menudo”. Por si fuera poco, el autobús se detenía cada vez que alguien lo paraba por la calle.
Que esta odisea forme parte del pasado refleja cómo han mejorado las comunicaciones en China. La red de transportes, en plena expansión, ofrece ahora viajes rápidos, cómodos y económicos. Además, desempeña un papel fundamental en el desarrollo social y económico del país.
Sin contar con los trenes de cercanías, a finales del año pasado la red ferroviaria cubría un total de 146.300 kilómetros, de los que 38.000 eran de alta velocidad. Por su parte, la red de carreteras contaba con 5,2 millones de kilómetros, de los que 161.000 eran autovías.
El ministro de Transportes, Li Xiaopeng, afirma que el tren llega ya al 99% de las localidades de más de 200.000 habitantes, mientras que cerca del 95% de las ciudades que superan el millón de personas disponen de líneas de alta velocidad.
Un pulso contra el reloj
A He, el desarrollo del transporte le ha permitido ver lugares con los que su abuelo solo pudo soñar. En 1990, con 5 años, hizo un viaje en tren de Fuzhou a Beijing que duró tres días. Trece años después, solo tardó uno cuando tuvo que ir a la capital para asistir a la universidad y, desde que en 2015 se puso en funcionamiento la alta velocidad entre Hefei y Fuzhou, el mismo trayecto puede hacerse en menos de ocho horas.
La primera línea ferroviaria que se construyó en el país se inauguró en 1909. Cubría el trayecto Beijing-Zhangjiakou y sus trenes alcanzaban una velocidad máxima de 35 kilómetros por hora. La nueva línea que une ahora las dos ciudades, inaugurada en 2019, es exactamente diez veces más rápida.
En junio de 2017 empezó a funcionar el primer tren bala de fabricación nacional china, el Fuxing, que puede alcanzar hasta 350 kilómetros por hora. El año pasado, había 1.036 de estos trenes en activo por todo el país, circulando a velocidades que oscilaban entre los 160 kilómetros por hora y su capacidad máxima.
Desde que en el año 2008 echó a andar el primer tren de alta velocidad de China, que cubría el trayecto Beijing-Tianjin, este servicio se ha extendido a casi todas las regiones con categoría de provincia en la parte continental del país.
Vías asfaltadas hasta cada pueblo
En paralelo al desarrollo del ferrocarril, las carreteras de China han experimentado también un crecimiento extraordinario. El país inauguró en 1988 su primera autovía, que unía Shanghai con Jiading. Hoy cuenta con la red más grande del mundo de este tipo de vías, que se extiende por 160.000 kilómetros. Si antes los caminos asfaltados eran un lujo, en la actualidad llegan incluso a los lugares más montañosos. En 2019, la mayoría de los pueblos y localidades de China tenían acceso a carreteras, mientras que en agosto del año pasado estaban ya conectados por autobús.