Durante las últimas décadas, el gran sueño de muchos en la China rural fue conquistar la gran ciudad. No obstante, ahora son los urbanitas quienes desean volver al campo. Buscan una vida más pacífica o el simple placer de cultivar la tierra.
Wu Wei, maestra de primaria en Beijing de 29 años, ha alquilado una huerta en las afueras, a la que acude con su familia los fines de semana. Van para allá con sus toallas limpias al cuello, sus botas relucientes y su crema solar. Cualquiera que les vea removiendo estiércol, regando las plantas o quitando las malas hierbas se da cuenta al instante de que son novatos, pero a ellos les da igual. Continúan intentándolo.
Agricultores de fin de semana
Wu llevaba tiempo queriendo estar más cerca de la naturaleza y acariciando la idea de mudarse definitivamente al campo, pero su trabajo, su casa y sus amigos estaban en la ciudad. Al final, arrendar esta pequeña parcela le ha salvado de tener que hacer un cambio radical. “Podemos alejarnos del asfalto de vez en cuando y conservar lo mejor de ambos mundos”, relata orgullosa de su elección.
Le entró el gusanillo viendo la tele. Descubrió que en los pueblos llevaban un estilo de vida más saludable y tradicional. Aunque Wu iba al campo en vacaciones y fines de semana, al final se sentía como una turista. Por eso, cuando unos amigos le enseñaron fotos de la huerta que habían alquilado, condujo hasta allí para conocerla. Casi sin darse cuenta, acabó firmado ella también un contrato, en su caso por un año.
“Un día vino un compañero agricultor y me felicitó por el buen aspecto de mis cultivos. Me dijo que estaba lista para enseñar a otros”, recuerda. “Escuchar aquello me hizo más feliz que los bonus de la oficina”, confiesa. Como ella, muchos han descubierto los beneficios de alternar el ritmo acelerado de la gran ciudad con otro más lento y sencillo.
Qi Guangwen, funcionario retirado, es propietario de varios terrenos cultivables a las afueras de Beijing. En la actualidad dirige un negocio de arrendamiento de huertas y ha asistido en primera persona al aumento de la brigada de agricultores de fines de semana.
Ni siquiera él tenía planeado acabar en el campo. A sus 63, Qi había conseguido convertirse en abogado de forma autodidacta y sus planes pasaban por ejercer esta profesión después de jubilarse. No obstante, todo cambió hace unos años, cuando su tío le invitó a pasar unos días en su huerta familiar. En lugar de abogado, Qi decidió convertirse en agricultor. “En vez de ruido, se escuchaba el canto de los pájaros”, explica. “Todo en aquel entorno parecía gritar: reduzca la velocidad”.
Lecciones para los niños
Después de arrendarle a su tío 1,5 hectáreas, Qi las puso a punto. En dos años ya tenía berenjenas, pepinos, frijoles, tomates y puerros orgánicos, además de su hierbabuena favorita. “Al principio fue un gran cambio para mí, pero ahora no me imagino de otra manera”, confiesa. Pronto decidió subdividir su tierra en parcelas más pequeñas para arrendárselas a otros. Así pueden, al igual que él, “conocer las alegrías y satisfacciones que da la tierra”. Ya tiene 17 inquilinos, muchos de ellos jóvenes con un alto nivel cultural, buenos sueldos y, a menudo, hijos.
Chen Shaona vive en Beijing y tiene un niño de 7 años. Para ella, es importante que pase más tiempo al aire libre y que conozca la naturaleza más allá de lo que dicen los libros de texto. “Quiero que vea que no todo gira alrededor del móvil y el iPad”, explica esta madre urbanita. “Las tareas de la huerta también pueden resultar muy gratificantes. Cultivar tus propias verduras no tiene nada que ver con comprarlas en el supermercado, pero a cambio hay que dedicarle tiempo, tener paciencia y trabajar duro. Son lecciones muy valiosas para un niño”.