Ninguna mujer embarazada caminaría 400 kilómetros a pie por las remotas llanuras del oeste de China para dar a luz. Por algo los humanos tenemos hospitales. Sin embargo, eso es precisamente lo que hacen cada año por estas fechas las antílopes hembras tibetanas. No contentas con eso, cubren además el trayecto de vuelta con sus crías, recorriendo en total unos 800 kilómetros. Es cierto que tienen cuatro patas en lugar de dos pero, aún así, la distancia sobrecoge.
Tras aparearse en noviembre o diciembre, decenas de miles de antílopes en estado de gestación inician su viaje a principios de mayo por las tierras altas de la Región Autónoma del Tíbet. Responden a una llamada de la madre naturaleza, que les incita a emprender la larga caminata y a regresar luego en agosto con sus hijos recién nacidos.
Un viaje peligroso
La especie ha estado en peligro de extinción, pero su población crece de forma extraordinaria gracias al endurecimiento de la normativa contra los cazadores furtivos y a las medidas destinadas a proteger el hábitat de estos animales, cuenta Wu Xiaomin, experto del Instituto de Zoología de Shaanxi. En China, la especie goza del máximo nivel de protección, lo que le ha permitido pasar de los 60.000 o 70.000 ejemplares de la década de 1990 a los 300.000 de la actualidad.
Los antílopes tibetanos viven en un territorio remoto y severo que se sitúa a entre 3.700 y 5.500 metros de altitud y que cubre más de un millón de kilómetros cuadrados. Ahora, debido al cambio climático, la fecha de migración de las hembras se está adelantando unos días, advierte. Más del 90% de ellas da a luz cada año, pero solo el 30% de sus crías sobrevive. Muchas mueren durante la travesía de regreso, incapaces de resistir las condiciones extremas de la ruta, donde les asaltan enfermedades y depredadores.
Gracias a los esfuerzos que está realizando el Gobierno, abundan los puntos de vigilancia, pero eso no ha impedido que sigan surgiendo conflictos entre los nómadas del Tíbet y los animales salvajes, relata Wu. “Suelen delimitar los pastos con vallas para protegerlos y marcar que son de su propiedad, lo que obstaculiza el paso de los antílopes. Hay que abrir pasillos que les permitan pasar”, explica.
Las autoridades de la Región Autónoma del Tíbet han reubicado a los nómadas que vivían por encima de los 4.800 metros de altura en otros lugares de la zona con el fin de conceder más espacio a los animales. Ahora, según Wu, lo que se necesita son más instalaciones de alta tecnología que posibiliten realizar estudios y proteger mejor las reservas.